lunes, 20 de junio de 2011

El buen preplaya

Un preplaya es un señor –por defecto, aunque puede ser señora- que pasado el invierno corre a ponerse a dieta y a quemar los turrones en el gimnasio y abandona a la segunda semana. Si el señor preplaya no abandonara (o abandonase), con el tiempo podría pasar a ser considerado como usuario de pleno derecho del gimnasio. Para ello, deberá reducir el índice de grasa corporal a un valor que sólo es aceptable por debajo del 5%. Se llaman preplaya porque, por supuesto, el objetivo es terminar la dieta para cuando llegue el sol veraniego.


La mayoría de los preplayas se proponen retos realistas. Algo así como perder diez kilos; incluso 20. Hay quien tiene los santos cojones de pretender perder treinta kilos. Son aficionados que se proponen metas excesivamente realistas. Un preplaya profesional se propone el reto de perder sesenta u ochenta kilos porque por menos no se levanta del sofá. Un auténtico preplaya se propone un reto tal, que la fecha límite tiene que estar a dos veranos vista.

Y ese es mi caso. Mi reto es de tal tamaño que no todavía no me atrevo a hablar de fechas y términos. Será más de un año, seguro. Mañana tengo que pasar por la báscula después de una semana a dieta y supongo que habré perdido algo de peso. Ya sé cómo va esto; tengo experiencia. A lo largo de mi vida he perdido cientos de kilos. Siempre los he vuelto a encontrar, por supuesto, pero perderlos ya los he perdido. Una vez perdí 70 kilos y otra 40. Si lo pudiera poner el currículum, tendría que poner que tengo nivel avanzado en pérdida de peso y excelencia en su recuperación.

Sé que las dietas funcionan. Da igual la que elijas, seguro que funciona. La gracia o el secreto está más en la actitud y el estado de ánimo que en la dieta elegida. Probé con los sobres proteicos y funcionan. Probé con la dieta hipocalórica acompañada de un endocrino embatado y funciona. Ahora estoy probando con la dieta Dukan. Y sé que va a funcionar. Cada vez que una persona con sobrepeso fracasa en su intento de llegar a su peso ideal no es por culpa de la dieta. Ni siquiera fracasa por la falta de voluntad. Fracasa por el desánimo, por el cansancio, por la apatía… Me he decidido por el método Dukan porque leyendo el libro me he dado cuenta de que este señor entiende a la gente con sobrepeso.

Yo he tratado con muchos médicos de mi enfermedad. Y sí, tengo claro que es una enfermedad. Es una enfermedad porque mi salud no se encuentra dentro de unos límites aceptables pero también es una enfermedad porque soy adicto a la comida. Así de fácil. Soy adicto. Cada vez que me controlo estoy derrotando a un gran enemigo y puedo ganar alguna batalla, pero seguro que perderé otras. Necesito un médico que entienda eso, que no trate a los síntomas de una enfermedad, que no me hable de niveles de azúcar y triglicéridos, que no me hable de índices de grasa corporal… Necesito un médico que quiera tratar a la persona; mi Patch Adams particular.

Siempre he dicho que es una lástima que los médicos sean médicos, no psicólogos. No van a preguntarte como te sientes, si ha sido duro, si estás bien… Sólo te preguntarán si has seguido la dieta a rajatabla y si te has hecho los análisis de sangre pertinentes. Eso está bien, claro que está bien. Los médicos deben cuidar nuestra salud, deben asegurarse que la maquinaria sigue funcionando. Alguien va a tener que encargarse de que el operario esté contento.

Yo tengo la suerte de contar con mi mujer. Una persona maravillosa como ninguna otra. Una amiga y compañera que siempre me ha apoyado. Sé que esta vez también lo hará. Pero también sé que no será suficiente. Necesitaré algo más, como siempre. Me necesitaré a mí mismo. Tengo que cuidar de mí. Si algo he aprendido durante mis largas luchas contra la báscula es que bajo ningún concepto debemos dejar de mimarnos a nosotros mismos. Muchas veces he entendido mis dietas como luchas contra mí mismo y contra mi cuerpo y eso es un gran error. No somos nuestro propio enemigo; no tiene ningún sentido que lo finjamos, que nos castiguemos y nos riñamos. Si nosotros no nos comprendemos y nos apoyamos, nadie lo hará.

Muchas veces me veo a mi mismo como si fuera dos personas distintas. El hermano mayor y el hermano pequeño. El hermano mayor soy yo. Mi yo adulto y maduro. Mi yo de las decisiones conscientes y responsables. El hermano pequeño son todas aquellas personas que he sido a lo largo de mi vida y que siguen viviendo en mí de algún modo. El hermano pequeño puede ser muy caprichoso, podéis creerme. También puede ser rebelde, ofensivo e incluso cobarde. Suele estar callado, cogido de la mano de su hermano mayor, sometido en cierto modo.

De vez en cuando, por desgracia, el hermano mayor se despista porque tiene mucho trabajo, porque está estresado o porque está cansado. Y es entonces cuando el niño pequeño que llevo dentro hace lo que quiere mientras puede. A veces son unas horas, a veces son unas semanas. Lo normal, lo que he visto en mí y en los demás, es que el hermano mayor riña, castigue y casi odie al hermano pequeño. Y eso no puede ser. Tiene que reñirlo y controlarlo, sí, pero para educarlo, no para desahogarse. Ese niño que todos llevamos dentro necesita que lo cuidemos. Y cuando hace una trastada, necesita que lo riñamos pero también que lo comprendamos y lo ayudemos. Nadie más cuidará de él; está completamente solo.

Y eso voy a hacer, pero no me alargo más, que esto era sólo la introducción. Mañana me pesaré después de una semana y os contaré más. De momento, os dejo una foto de una playa, pero no de cualquiera.

 De las mejores playas que he visto en mi vida. No os perdási Formentera.
Un saludo

2 comentarios:

Nyuska dijo...

Acabo de hacerme seguidora de tu blog.
Excelente tu descripción de la lucha interna y la actitud de los médicos.
Espero que sigas haciendo crecer este blog.

Un buen preplaya dijo...

Muchas gracias Aitor. Te contesté por correo pero no pensé en contestarte aquí. Espero que las veces que visites mi blog encuentes algo ameno que leer.

Un abrazo

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