lunes, 25 de julio de 2011

Cuando la vida era una canción

Posiblemente se trate del título más ñoño que vaya a poner a ninguna entrada de este blog. Pero no por ello deja de tener sentido. El arte en general y la música en particular tienen el maravilloso don de hacernos sentir las mismas cosas que hemos sentido antes sin tenerlas que vivir de nuevo. Es algo así como un enorme y preciso catalizador de nuestras emociones y nuestros sentimientos. Parece mentira el trato injusto que le dan algunos “artistas”. 



Perdonadme que interrumpa mi verborrea con una pequeña canción para que te acompañe en tu lectura.


Me gustaría pensar que el nivel de inglés de todos es el que pone en su currículo, pero soy consciente que buscando un trabajo no hay más verdad que la propia necesidad. Pero no nos vayamos por esos derroteros. Hablemos de la canción, porque la canción, la música, es vida ¿no? Por supuesto que sí. Que nadie lo dude.

Esta canción habla de un señor -imaginemos el lejano oeste- que viaja en un tren junto a un viejo jugador de póquer. Éste se muere ganas de dar un sorbo al wisky del primero por lo que le ofrece un consejo a cambio de un trago. Le dice que tiene que saber con qué quedarse y qué soltar; qué tiene que saber cuando irse y cuando correr; le habla del póquer y por supuesto que le habla de la vida. Son buenos consejos para vivir, pero insignificantes comparados con el último: nunca cuentes el dinero cuando estés sentado a la mesa, ya habrá tiempo de contar cuando termine la partida.

Y aquí la canción es más vida que nunca. Me recuerda a mí; a mí niñez jugando en casa con mis padres y unos garbanzos de valor incalculable. Eran las tardes de unos inviernos que parecían más fríos entonces y que aún así se te antojan más cálidos. Pero de nuevo, no dejéis que me deje llevar por mi charlatanería.

Cuando aprendí a jugar al remigio empecé a ganar garbanzos. Mis montones crecían tan deprisa que tenía que dividirlos en montoncitos. Contento y emocionado, un sábado cualquiera, me puse a contar garbanzos. “Cuenta cuando termine la partida”- me mandó mi padre -”Es una falta de respeto contar mientras se juega”. Y yo obedecí porque en aquellos tiempos no había opciones a la obediencia ni valor para aguantar la mirada.

Tardé quince años en entender a mi padre y el mundo me demuestra que hay gente que jamás entenderá algunas cosas. Yo lo entendí jugando a la butifarra en la universidad. Es un juego de cartas muy peculiar que se suele jugar en los pueblos marineros de Cataluña y que se ha extendido a las universidades. Y que a mí me apasionó desde el primer momento porque tiene la maravillosa virtud de crear un ambiente único a su alrededor.

Siempre era el primero en llegar a la universidad y esperaba ansioso que llegaran mis compañeros. Después, la partida podía durar horas. Muchas horas. Primero fue sin dinero, pero a los pocos meses empezaron a cruzar la mesa duros* por cada punto de diferencia. No me gustaba aquello, pero menos que alguien se pusiera a contar el dinero que llevaba ganado. ¿A caso estaba jugando por dinero?

Y entonces entendía a mí padre. La fata de respeto no es a los contrincantes, es al juego. Cuando uno hace cualquier cosa debe hacerlo por decisión propia y consciente y debe disfrutar de ello. No puedes sentarte a jugar pensando en ganar dinero, tienes que hacerlo porque disfrutas de ello, porque si pudieras estar en cualquier rincón del mundo, elegirías esa mesa de ese bar. No puedes encarar la vida pensando en las recompensas. Vive. Tan sólo eso. Disfruta del proceso. No vayas a la universidad en busca de un título, ni a trabajar a por un sueldo; no escribas por los elogios ni viajes por el destino. Tienes que disfrutar del paisaje.

Por eso estoy tranquilo. Porque disfruto de mi trabajo y de mi vida; porque no me falta nada más que tiempo y porque todo el que quiero lo tengo ante mí. Disfruto hasta de estar a dieta, de no comer grasas y andar más que antes. Las dos últimas semanas se saldan en tablas. Un rendimiento pobre para alguien que sigue el método Dukan. Debería pensar en lo que estoy haciendo mal, pero uno no cuenta el dinero mientras está jugando. Ya contaremos cuando termine la partida.

La vida es un juego, así que juguemos.


*El duro es el nombre coloquial que se daba a la moneda de cinco pesetas.

2 comentarios:

Jotapé dijo...

Joder tío, que historia.

El análisis de la canción, ni yo me hubiera puesto a estudiar una canción. Supongo que soy bastante más comercial en lo que a música se refiere y supongo que poca chicha podríamos encontrar en sus letras.

Tu padre tiene razón, los que cuentan sólo van por la ambición, en este caso a ganar. Los padres tienen la dura tarea de educar a sus hijos. ¿Qué pasa cuando la figura paterna desaparece y la actitud materna en la vida deja mucho que desear? Supongo que en este caso, el mérito lo tiene el propio niño que crece creyendo lo que es y no es correcto en la vida, ¿verdad? Ahí lo dejo...

Hay mucha gente que se siente contento, realizado por su trabajo pero, desgraciadamente, hay una mayoría que por salir adelante tienen que ejercer de lo que sea. Hace mucho tiempo, años atrás, recuerdo una frase que alguien me dijo: "yo trabajo para vivir, no vivo para trabajar". Se me quedo grabado y no la olvidaré jamás. Hay mucha verdad en esa frase y se tiene que mantener un equilibrio. Personalmente, me encanta mi trabajo y hago algún que otro sacrificio familiar por llevarlo a cabo, pero después de ese sacrificio, hay una recompensa familiar para paliar la falta.

Saludos.

Un buen preplaya dijo...

Buenos días Jota,

Déjame que te diga una cosa: por supuesto. Por supuesto a todo lo que has dicho. El mundo es demasiado grande y complejo como para pretender resumirlo en un par de líneas de un blog. Más, cuando ni siquiera pretendo tener razón en todo lo que digo.

Alguien dijo una vez que la verdad era de algún modo única, universal e inmutable mientras que nuestro conocimiento es individual y cambiable; que no debemos confundirlos. De lo que he visto, de lo que he vivido, esto es lo que sé, lo que escribo por aquí. Pero por supuesto que es poco, muy poco, comparado con lo que hay ahí fuera. Desgraciadamente, sólo optamos a una porción muy pequeña del conocimiento y por eso decía que no hay mayor logro que conseguir pensar por ti mismo, porque es la única forma de que todo encaje.

Y eso es para mí la felicidad. Y no me quiero enrollar mucho en esto. La felicidad no existe, no como existen el miedo, la alegría o la tristeza. Estas son emociones diagnosticables; se corresponden con una encima liberada del cerebro y un médico puede determinar que estás clínicamente alegre. Pero la felicidad es cultural. Es algo que hemos inventado para medir y bautizar la relación que tenemos con nosotros mismos. ¿Qué tal te llevas contigo mismo, Jota? Eso determinará cuan feliz eres.

Para mí, un personaje anónimo que ni siquiera existe, la felicidad consiste en ser fiel y sincero con uno mismo. Gastar la vida que me han dado y sentir que estoy haciendo con ella lo que quiero hacer con ella. Por supuesto que hay quien trabaja por un sueldo, es completamente lícito además de habitual. Pero haz cálculos; cuarenta años a mil ochocientas horas al año son la friolera de diez años enteros de tu vida. ¿De verdad los vas a cambiar sólo por dinero? ¿Qué te parece lo que dice Jobs? “cada día me pregunto si en lo que voy a invertir el día es lo que haría si fuera mi último día. Si me digo que no durante muchos días sé que tengo que cambiar algo”.

ps: y por ciero, casi todas las canciones dicen algo. Hasta las más comerciales. Por eso son canciones.

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